Son las 5 de la mañana, el despertador rompe el silencio de la noche y llama a formar. Me doy la vuelta y lo ignoro, maldita sea toda la semana madrugando para ir a trabajar, y llega el sábado y en vez de descansar aún madrugo más. El despertador insiste y por fin consigue sacarme de la cama, comienza el ritual de todos los días hasta que me cargo la mochila a la espalda y bajo al coche. Abandono la ciudad dormida y me adentro en la oscura y solitaria carretera, con dirección al valle de Ordesa.
Hasta llegar a Boltaña no encuentro ningún bar abierto para tomar el bendito café de la mañana. Tras aparcar, de camino al bar envío un mensaje por el whatsaap, y mis compañer@s del Club Litera van apareciendo, el café y la charla con los amigos me despeja y me anima, ahora ya veo el mundo de otra manera.
Partimos hacia Torla, las primeras luces de la mañana empiezan a reflejarse en las cumbres en las que la borrasca de anoche ha dejado una ligera capa de nieve. Cruzamos el puente de la Glera sobre el rio Ara y aparcamos en la pequeña explanada que encontramos en la margen izquierda, tras equiparnos cargamos las mochilas y comenzamos a caminar por la senda de Turieto.
En pelotón con animada charla y el paso vivo, vamos recorriendo los ocho kilómetros que nos separan de la pradera de Ordesa y la prisa por avanzar en este primer tramo, no nos impide disfrutar del hermoso entorno por el que transitamos. Las cascadas de Tamborreta, Molinieto y los Abetos, nos saludan clamorosas y felices de haber superado la interminable sequia de este verano, los gigantescos pinos y abetos han reverdecido con las últimas lluvias, y tras ellos las hayas esconden su desnudez y nos tapizan el camino con una preciosa alfombra dorada.
En la pradera, nos sentimos muy pequeños bajo la imponente silueta del Tozal del Mallo, los cortados del Gallinero y la muralla de la Fraucata. A nuestra derecha muchos metros más arriba podemos observar el mirador de Calcilarruego, que desafía a la gravedad asomándose al abismo del cañón de Ordesa. Entre hayas centenarias, la Senda de los Cazadores se enrosca a la cara norte de la sierra de las Cutas y serpentea elevándose sin tregua, hasta alcanzar el desvío hacia Punta Acuta un poco antes de llegar al mirador de Calcilarruego.
Nos apartamos de la senda, para dejar vía libre al continuo flujo de senderistas que se dirigen por faja Pelay a la Cola de caballo, y aprovechamos para reagruparnos y descansar antes de continuar con el ascenso. La senda ahora nos lleva en dirección oeste, trazando una larga diagonal ascendente, en busca del punto débil del acantilado que salvaguarda los prados de Diazas, estamos casi a 2000 metros de altitud y el bosque se ha convertido en piedra en la que solo sobreviven unos pocos ejemplares de pino negro.
El horizonte se abre ante nosotros mostrándonos la increíble belleza del cañón de Ordesa, aunque las nubes se aprietan contra las cimas y tenemos que conformarnos con una vista parcial de esta maravilla de la naturaleza. Ahora la senda se arrima a la pared, y por precaución nos colocamos los cascos en la cabeza para protegernos de una eventual caída de piedras. Estamos en el tramo más bonito y expuesto de la ruta, entre la pared y el vacío avanzamos disfrutando de la vertiginosa panorámica de la pradera a casi mil metros bajo nuestros pies. Aquí sin duda una caída tendría consecuencias fatales, pero una cadena instalada en la pared nos da la suficiente tranquilidad, para recorrerlo sin complicaciones. Ya solo nos queda remontar una pequeña canal y emergemos a los prados de Diazas, desde donde ya podemos ver la cima de Punta Acuta que a pesar de sus modestos 2236 metros, es uno de las más bonitas atalayas del Pirineo.
En la cima el viento y la niebla nos obligan a abreviar, y tras las felicitaciones por lograr el ascenso, y las fotos de rigor, descendemos hasta el Mirador del Rey donde reponemos fuerzas, para continuar descendiendo por la ruta de los miradores hacia la cabaña de Santa Ana. Desde el mirador continuamos en dirección oeste, caminando junto al abismo sin cansarnos de admirar la grandiosidad del valle de Ordesa, hasta que nos separamos de los cortados para adentrarnos en un enigmático bosque fantasma, en el que grandes pinos esperan en silencio ser abatidos por la nieve y el viento. Ya estamos junto a la pista que sube desde Torla, y por la que cruzamos varias veces antes de alcanzar la pequeña ermita de Santa Ana, donde una escondida senda nos conduce por un hermoso túnel otoñal nuevamente al puente de la Glera, donde concluimos nuestra excursión.