Las montañas, al igual que los océanos o los desiertos, son nuestros jardines salvajes, tan necesarios e indispensables como el agua y el pan, decía Gaston Rèbuffat en la montaña es mi reino.
En la actualidad el imparable desarrollo tecnológico, nos hace sentirnos más fuertes frente al medio natural y convertimos el jardín salvaje en un parque de atracciones en el que muchos se divierten y unos cuantos hacen negocio.
Los Clubs de montaña, nos sentimos herederos del sentimiento místico y romántico, que desde tiempos inmemoriales las montañas han despertado en las personas y sentimos la obligación de compartirlo y difundirlo. El sentimiento de la aventura, frente a la adversidad y la crudeza de los elementos, la libertad que nos brindan los espacios abruptos e inalcanzables, la continua lección de humildad y coraje que recibimos en nuestros intentos por conquistar las admiradas cumbres, no se puede esconder en el fondo de nuestros corazones. A pesar de las prohibiciones, del olvido y de la ambición de los que quieren destripar la gallina de los huevos de oro, nosotros seguiremos compartiendo nuestros sueños y experiencias, para conseguir que otras personas también los puedan alcanzar. Pelearemos para que las montañas sean un camino, en el que se aprende caminando junto al que viene de más lejos y la meta no sea una foto en las redes sociales, o tachar un nombre de una lista, la meta ha de ser la felicidad que nos provoca cada uno de los minutos que pasamos en nuestros jardines salvajes.
También podría decir que durante el curso aprendimos a usar el piolet y los crampones, a asegurarnos o a conocer los riesgos de avalancha y muchos cosas más, pero ya se ha dicho tantas veces…




