El pasado sábado 9 de noviembre, un grupo de cuatro barranquistas del Club Litera Montaña se atrevieron a pesar del frío a adentrarse en las aguas del río Balced, en la sierra de Guara.
En un primer momento, y tras valorar la meteo, se decidió cambiar el barranco previsto por uno que sabíamos prácticamente seco y más corto. Pero finalmente, el mismo sábado, viendo que la meteo era mejor de la esperada y aconsejados por una guía local, decidimos volver al plan inicial una vez reunidos los cuatro en la hospedería de Bierge. Haríamos Alborceral, pero en lugar de hacer el retorno caminando, bajaríamos por los Estrechos de Balced si íbamos bien de tiempo y frío.
Nos pusimos en marcha y dejamos uno de los coches en el puente donde termina el barranco de los estrechos y con el otro nos encaminamos al parking dónde comenzaríamos nuestra aproximación.
Llevábamos media hora, con alguna paradita para comer madroños, y ya estábamos en la cabecera del Alborceral. Ya sin frío y animados con el sol que nos calentaba.
La primera parte del barranco es una sucesión de rápeles que termina con un bonito volado de 20 metros. Luego le sigue un tramo más abierto donde se camina por el cauce, hasta llegar a una zona de estrechos, que a veces se pueden pasar en oposición y otras te obliga a ir por dentro, siendo inevitable el remojón. Algunos rápeles son tan estrechos que alguno casi se queda encajado bajando.
Y en poco más de dos horas llegamos al final, un pasamanos que seguido de un rápel nos deja en una gran poza colgada (algo maloliente) donde toca nadar. Para terminar, un bonito rápel final que nos deja en los estrechos de Balced.
Animados ya que vamos muy bien de hora y no hemos pasado nada de frío, decidimos continuar bajando por los estrechos.
Ya en el primer pasillo, nos damos cuenta que igual nos hemos pasado de optimistas. El agua está muy fría, y hay que nadar y caminar por estrechos que nunca terminan. No hay tregua para sacar los pies un rato del agua y que entren en calor.
Los estrechos tienen bien merecido su nombre. Durante más de dos horas, vamos nadando entre estrechas paredes que van zigzagueando. Sólo en un par de ocasiones se abren y aprovechamos para recuperar un poco el calor, llevamos el cuerpo entumecido y los pies como piedras.
Es un espectáculo transitar por este recóndito lugar, pero nosotros sólo soñamos con ver el puente dónde nos espera nuestro coche y nuestra ropa de abrigo.
Finalmente, el barranco se abre y ahora caminamos por el amplio cauce del Isuala, aunque el puente sigue sin aparecer.
Por fin encontramos unos hitos que parecen indicar un camino de salida, que sin mucho pensar tomamos. El barranco aún continuará durante un largo tramo, que nosotros hacemos caminando por una pista que va paralela al cauce.
Empezamos a divisar granjas, campos, incluso un pueblo y por fin la carretera. Aunque no las tenemos todas con nosotros porque no nos suena el entorno por el que andamos y con razón, cuando llegamos al supuesto puente, nuestro coche no está allí.
Decidimos ponernos la ropa seca que llevamos en el bote estanco mientras discutimos dónde estará nuestro coche, si para un lado de la carretera o para el otro. Nada nos cuadra.
Para nuestra suerte pasa un coche que paramos y nos aclara nuestras dudas, ¡nos hemos equivocado de puente al dejar el coche! Menos mal que amablemente se ofrece a llevar a uno de nosotros hasta él.
Casi no nos lo podemos creer, ¡vaya error! Menos mal que se solventa fácil.
El día termina donde empezó, en la hospedería de Bierge, tomando algo caliente, comentando la jugada y reflexionando sobre lo acontecido. ¡No más barrancos acuáticos hasta la primavera!