Cogimos raquetas, crampones y piolets pues con la incierta meteorología sabíamos con lo que nos podíamos encontrar “allí arriba”. A las 8:00 empezamos a caminar desde en el inmenso aparcamiento de Torla, éramos los únicos coches que había, en verano a veces no caben más. Bajamos hacía el puente de la Glera, donde aún se ven restos de las intensas lluvias de noviembre. Al poco abandonamos la pista siguiendo las marcas rumbo a la ermita de Sta. Ana. Una hora de subida por un bonito camino entre avellanos, bojes y robles, nos deja en la zona de prados de Diazas, la ermita es muy pequeña pero en su simpleza esta su belleza. Seguimos remontando por el camino hasta que aparece la nieve que nos impide identificar por donde va la ruta, así que decidimos proseguir por la pista que aunque da más rodeo, es bastante más fácil de intuir su trazado tapado por una buena capa de nieve, acumulada durante todo este invierno tan generoso.
No todos llevamos raquetas, y mientras unos deciden volver a la ermita, otros con raquetas marcar el camino y los que no las llevan intentan no hundirse en el blanco elemento, además el día no acompaña, la niebla se nos ha echado encima, y de vez en cuando nos nieva, así que al llegar al primer mirador y comprobar que con la niebla no se ve nada, decidimos bajar y reunirnos todos los compañeros en la ermita y comer algo. Después bajamos a Torla y llegamos justo (casi todos) para poder resguardarnos de la lluvia que empezaba a caer cuando llegamos al aparcamiento.